Cuando sufrimos de dolor, sobretodo si lo vivimos como intenso y amenazante, saltan nuestras alarmas. Nuestro primer impulso suele ser intentar eliminarlo mediante el uso de analgésicos o quizá lo aguantemos evitando prestarle demasiada atención y dejando correr el tiempo. Pero si ninguna de las anteriores estrategias surten efecto y el dolor persiste, buscaremos ponerle remedio de otras maneras.
Además de necesitar reducirlo, muy probablemente querremos saber de dónde viene, cuál es su causa y cómo se llama lo que nos pasa. Esto es así porque los seres humanos funcionamos con etiquetas. Poner nombre a las cosas que sentimos, acotándolas y haciéndolas tangibles nos tranquiliza y nos da control. Con el dolor, como experiencia subjetiva con un alto componente emocional, sucede lo mismo. Nos aventuramos entonces a la búsqueda del profesional que nos diga lo que tenemos.
Como venimos diciendo en artículos anteriores, muchos diagnósticos y etiquetas pueden no sernos útiles porque no aciertan en la descripción de lo que nos pasa y más que cumplir la necesidad de tranquilizarnos pueden generarnos desasosiego¹. A menudo estos rótulos diagnósticos ignoran los complejos mecanismos y variables individuales que configuran la experiencia dolorosa. Como se ha demostrado, una gran parte del dolor musculoesquelético es inespecífico y muestra una escasa correlación entre pruebas de imagen y dolor padecido. Así que insisto, más que etiquetas generales, necesitamos el uso de descripciones “realistas” de cada caso particular y que no inviten al alarmismo.
¿Pero por qué es tan complicado encontrar etiquetas precisas y por ejemplo las pruebas de imagen no son muy fiables²? En mi opinión, creo que puede deberse a tres razones fundamentalmente:
– Un mismo agente causal puede irritar diferentes tejidos de nuestro cuerpo. Por ejemplo, si tenemos una mala postura cuando estamos sentados proyectando excesivamente nuestra cabeza hacia delante, es muy probable que nuestra musculatura larga esté tensa (como los trapecios, los angulares de la escápula, esternocleidomastoideos, etc), que el ligamento longitudinal común posterior se sobreestire, que las articulaciones facetarias de las vertebras cervicales de la zona baja se encuentren en tensión al igual que sus discos, que los ramos cutáneos dorsales de los nervios se encuentren mecanosensibles, que se comprima el plexo braquial, etc. Ante tantas posibles fuentes de síntomas, ¿Cómo sabremos cuál es la causante? ¿Será una o serán varias? ¿Serán todo “contracturas” como solemos pensar? Es cierto que según la descripción del tipo de dolor (quemante, lacinante, difuso, sordo), su intensidad, su irritabilidad, la zona donde se propaga, pueden hacerse hipótesis causales, pero en la práctica es más complejo.
– Continuando con la anterior, la segunda razón tiene que ver con la anatomía humana y con el recorrido que llevan los nervios que conectan cada una de las partes de nuestro cuerpo. Existe un mecanismo que se llama convergencia medular y que es el causante de fenómenos asombrosos como el dolor referido, o lo que es lo mismo, dolor que se percibe a distancia de su zona de origen. Estamos hablando de por ejemplo, cuando el fisio me aprieta el músculo del omoplato y me aparece el dolor delante del hombro que es el que me ha llevado a consulta o como cuando me presiona el cuello y me produce aquel dolor en el codo que me habían dicho que era un “codo de tenista”. Puede parecer magia pero no lo es. Para entenderlo, vamos a intentar visualizar de una manera esquemática el cuerpo humano.
Dentro de nuestra columna vertebral se encuentra alojada nuestra médula espinal que es la encargada de transmitir la información de la periferia de nuestro cuerpo hasta los centros superiores (como la corteza cerebral, bulbo raquídeo, tronco encéfalo, cerebelo ,etc) y viceversa. Desde la médula salen y entran multitud de nervios, como si de cables se tratasen, a través de cada segmento vertebral y que conectan las diferentes partes de nuestro cuerpo como la piel, los huesos, cartílagos, vísceras, músculos, etc. A través de esos cables y por medio de impulsos eléctricos se transmite información del estado de los tejidos, sensibilidad, de los músculos que se tienen que contraer o relajar, de la posición de nuestras articulaciones, de si se tiene que aumentar el riego sanguíneo de una zona o no, etc. Esas conexiones siguen unos determinados trayectos que son bastante similares de unos individuos a otros.
Pues bien, si por ejemplo un músculo se contractura suficientemente por la realización de un sobreesfuerzo, eso provocará una acumulación de químicos en él que excitará sus receptores que a su vez enviarán esa señal de daño al nivel medular correspondiente a través del cable (nervio). Si esa señal eléctrica es suficientemente intensa (porque el sobreesfuerzo ha sido importante) puede estimular el resto de nervios de ese mismo nivel medular y que conectan con otras partes del cuerpo a menudo a distancia del músculo que originalmente enviaba la señal, pudiendo entonces experimentar los síntomas en una zona diferente y simulando que otros tejidos están afectados. Eso es la convergencia medular.
-Y ya por último, la tercera razón tiene que ver con fenómenos de regulación del dolor más complejos que ocurren en los centros superiores y que veremos en la siguiente entrada. Solamente tenemos que tener clara una idea en la cabeza: Presencia de cambios degenerativos en pruebas de imagen como desgaste articular, calcificaciones, atrofias, hernias, bursas inflamadas, etc. no tienen porque ser sinónimo de fuente de síntomas. El cuerpo tiene una capacidad brutal de adaptarse a las diferentes circunstancias que sufren los tejidos como el envejecimiento, traumatismos, inflamaciones, tras lesiones, etc. Sólo algunos de esos signos desarrollarán síntomas en la persona y en diferente grado y tampoco predecirán la discapacidad que pueden suponer para la persona. Parece ser que entran en juego otros factores menos predecibles.
Viendo lo complejo que es el cuerpo humano, yo no daría todo el crédito a diagnósticos realizados tras muy pocos minutos de exploración o a la información sacada de una sofisticada pero fría prueba de imagen.
- Lo que a su vez puede favorecer el aumento del dolor por pensamientos catastrofistas, miedo al movimiento y patrones de control motor anómalos.
- Salvo en caso de enfermedad grave o de afectación importante de tejidos obviamente.